Mis padres se conocieron aquí porque mis cuatro abuelos pasaban los veranos en La Granja. En los años setenta los veranos en Madrid debían ser mortales por el calor, hasta este precioso pueblo de Segovia nos traían todos los veranos de nuestra infancia huyendo de las altas temperaturas de la capital. Pasamos durante muchos años el verano entero en La Granja. Eran tiempos muy bonitos, los recuerdos son infinitos y el amor por este pueblo es de toda la vida.
Mi primer contacto con la música en directo fue en La Granja, en la plaza ponían un tablao para las orquestas que tocarían en las fiestas de San Luis a finales de agosto. Yo me pasaba muchas tardes, encima de este tablao con mi amiga María, haciendo playback creyéndome el cantante de la orquesta.
Pude vivir un bolo por dentro pues mi querida madrina Mati tocaba el bajo en un grupo de versiones que se llamaba “Dioptrías Blues Band” (El nombre me sigue flipando a día de hoy) y actuaban con cierta regularidad en La Granja. Yo debería tener ocho años y me dejaron manejar las luces durante el concierto, fue divertidísimo, había cuatro botones y yo iba cambiando los colores al ritmo de la música. La llorera que me cogí, cuando mi madre me llevó a dormir a las doce de la noche y el bolo no había acabado, todavía se recuerda por allí.
Lo de proyectar y creer es una maravilla. Durante estos quince años he tocado con mis queridos Bumeranes muchísimas veces en La Granja.
Todo este rollo autobiográfico lo escribo para poder explicar lo emocionante que fue presentar el disco allí.
La Granja, además de ser el pueblo más bonito del mundo, tiene unas gentes con un valor enorme. Con los años el estrechamiento entre las personas que viven en el pueblo y los que vivíamos solo una parte del año se ha ido reduciendo y ahora puedo presumir de tener muchos amigos del pueblo, son tantos años que el roce hace el cariño y creo que nos nutrimos todos de todos. Fue muy especial ver cómo la gente de La Granja acogió a la panda de locos y locas que llevé desde Ibiza.
El aperitivo fue espectacular, una fusión maravillosa entre gentes muy diferentes reunidas para pasar una buen día antes del concierto. El cochinillo que nos preparó mi tío Jaime siempre perdurará en el recuerdo de la banda. Quizá a raíz de La Granja esta familia se unió un poco más. Que todo lo que rodea al concierto sea agradable y emotivo es algo que Fernanda y yo siempre queremos que suceda, a veces lo conseguimos.
El concierto fue para levantar el sombrero al público que se acercó, casi doscientas personas con una mascarilla puesta, sin poder beber, sin poder fumar. Allí estuvieron. Fue muy bonito el espectáculo que hicimos con Coco y Julieta (danzas y fuegos respectivamente) en la canción de Ibiza. Ojalá crezcamos para volver pronto y repetir el himno de La Granja al final del concierto. Que sea sin restricciones y con todo el amor que nos tenemos y tendremos.
Gracias La Granja. Gracias por leerme.
Zerro