Parte 2. Llegó el día.

Sería irreal hablar de todas estas experiencias sin hacer mención a las verdaderas dificultades que tuvimos y que tenemos aún hoy y que debemos afrontar y resolver para seguir avanzando.  A quien no me conozca le puede llegar a parecer que esto ha sido todo mágico y que la varita de un hada soltó polvo estelar sobre mi guitarra y que a partir de ese momento todo se convirtió en luz y color. En algunos aspectos, la música es como cualquier otro negocio o actividad, suele costar arrancar y sobre todo cada momento es un reto diferente. Por la experiencia que haya podido acumular en esta vida intuyo que será una constante y que no acabará nunca. Nada es fácil y todo cuesta. Pero queremos y vamos a seguir.

Hago esta introducción para poder situar el evento de Es Pins como un gran logro de este maravilloso equipo. Nos hizo falta mucha ayuda y mucho amor para poder salir al escenario aquel día de la manera que lo hicimos. Parece que ha pasado muchísimo tiempo pero apenas unos meses nos separan de aquellos momentos.

La banda llegó el viernes, fui yo a buscarles al aeropuerto. No nos habíamos visto desde la grabación en el estudio. Fuimos directamente al Bar Anita de San Carlos a brindar por la llegada y a comernos unas vieiras cojonudas que nuestro gran amigo Vicente nos tenía preparadas de sorpresa. La cena fue muy divertida, solo sentir y saber que íbamos a tocar dos días seguidos en Ibiza con un día todo vendido y el otro “a punto”, nos hacía estar de muy buen rollo. El concierto es el patio del colegio de un músico. Todo lo has hecho para llegar a ese momento, para salir a escena. Como dice Sabina “En el escenario soy quien quiero ser”. Contra todo pronóstico nos portamos bastante bien y nos retiramos a una hora prudente a la cama.

Al día siguiente había que hacer la prueba de sonido por la mañana, una buena paella en Sa Trenca y a descansar hasta el bolo. Todo fluía.

Nuestros amigos de Es Pins nos prepararon un backstage increíble, una terraza genial justo encima del local donde tomar algo hasta la hora de tocar. Desde arriba podíamos ver como entraba la gente y como se les hacía un ritual con unas pulseras a las personas que se iban acercando. La verdad es que se apreciaba una alegría especial. Mi afición por el cine y teatro musical fue la que me llevó a crear una lista de canciones a tiempo medio para los momentos anteriores, Chitty Chitty Bang Bang, El violinista en el tejado, etc.  Creo que se creó un clima maravilloso, orquestado en estos previos momentos por Fernanda y todo el equipo de amigos y amigas que arrimaron el hombro con su sonrisa más grande y el sueldo más bajo posible.

Llegó la hora y había que salir a tocar. Momento de respeto enorme y algo de vértigo. Según bajaba las escaleras que llevan a la sala vi pasar por mi cabeza el último concierto que hice allí, pensé que si salió bien aquel día, este debería ir mejor. Aquel último concierto que hice fue antes de la pandemia y lo hice con una guitarra española y un micro. Ahora tenía que salir con una banda increíble a defender nuestras propias canciones. Así lo hicimos.

Casi dos horas de intensidad y emoción, un paseo alucinante. Gracias a tod@s los que os acercasteis los dos días. La complicidad no se debe explicar, fue muy bonito.

La inevitable celebración y sus brindis me impidieron no estar al cien por cien de voz al segundo día, aunque en cuanto a vibración y entusiasmo fue igual o mejor que el primero. Pisar suelo pisado suele dar seguridad.

Esa gran enemiga que tenemos los que queremos ser artistas. La inseguridad.

Gracias por leerme.

Zerro